Consejos para acompañar a los niños en el inicio de curso

Con la llegada de septiembre, muchos niños y niñas comienzan una nueva etapa en el colegio. Para ellos, este momento puede ser tan emocionante como difícil. Y es que empezar el curso no siempre significa adaptarse fácilmente: en ocasiones, supone un verdadero torbellino de emociones.

La pedagoga Cindy Peñalver recuerda una idea clave:

“No debemos asumir que están bien, solo porque no lloran.”

Más allá de las lágrimas

Cada niño vive el inicio del curso de manera distinta. Algunos lo expresan con llanto, otros se quedan muy quietos, no quieren comer, piden brazos constantemente o incluso tienen pequeñas regresiones. Todas estas reacciones son normales: el cuerpo y el sistema nervioso del niño están buscando seguridad ante una situación desconocida.

Por eso, como padres y educadores, no debemos dar por hecho que “si no lloran, están bien”. El malestar puede adoptar muchas formas y, lo más importante, siempre merece ser escuchado.

Validar sus emociones, aunque no las nombren

A los tres o cuatro años, muchos niños todavía no tienen palabras para expresar lo que sienten. Lo muestran con su cuerpo y sus conductas. Aquí, la tarea de los adultos es darles un espacio seguro para sentirse tal como están.

Frases sencillas como:

  • “Veo que hoy esto te cuesta un poquito, ¿quieres que estemos juntos un ratito antes de entrar?”
  • “Estoy aquí contigo, no hace falta que te sientas de otra manera.”

son mucho más valiosas que intentar convencerles de que no pasa nada.

Acompañar significa regularnos nosotros primero (con calma, con presencia), para que ellos puedan ir aprendiendo poco a poco a regularse también.

La seguridad se transmite con gestos

Decir “todo va a salir bien” no basta. Los niños sienten seguridad en gestos concretos: cuando un adulto se agacha a su altura, le mira con calma, repite un mismo ritual de despedida o cumple lo que promete al volver.

Un ritual sencillo —como un choque de manos, una frase que se repita cada día o un “te veo después del patio”— puede convertirse en un ancla emocional para afrontar la separación.

Objetos de apego: aliados en el proceso

Un muñeco, un peluche, una pulsera compartida… no son caprichos, sino objetos de continuidad que ayudan al niño a sentir que su mundo sigue existiendo, aunque esté en un lugar nuevo. Muchos colegios ya incorporan estos objetos en el proceso de adaptación, y son un recurso muy positivo cuando los niños los necesitan.

Si la tristeza dura más de unos días…

Cada proceso de vinculación tiene su ritmo. Para algunos niños puede ser cuestión de semanas, para otros de un trimestre. Si pasado un tiempo el niño sigue mostrando tristeza o rechazo, es importante hablar con el equipo educativo y valorar pequeños ajustes: flexibilizar horarios, ofrecer un espacio tranquilo de entrada o permitir que el niño lleve su objeto de apego.

La clave está en acompañar con calma, sin forzar y sin soltarles la mano mientras encuentran su lugar en la nueva rutina.

Rutinas que aportan calma

La previsibilidad ayuda a los niños a sentirse seguros. No se trata de crear rutinas rígidas, sino de ofrecer gestos que se repitan cada día: desayunar con la misma música suave, preparar la mochila juntos, tener un momento especial al volver a casa.

Y, sobre todo, usar un lenguaje que invite a compartir: en lugar de preguntar “¿Qué tal en el cole?”, podemos abrir la puerta con preguntas como “¿Con quién jugaste hoy?”, “¿qué fue lo más divertido?” o simplemente “¿Quieres que estemos juntos un ratito?”.

En definitiva, acompañar el primer día de cole —y las semanas que lo siguen— no significa resolver todo lo que sienten, sino ser presencia, ser calma y ser hogar allí donde más lo necesitan.

Desde el colegio queremos recordaros que en este camino no estáis solos. Os acompañaremos en el proceso, hablaremos de todo lo necesario y estaremos siempre a vuestro lado para hacer más fácil la adaptación de vuestros hijos.